La República de Tatarstán (Rusia) crea un plan contra el radicalismo por el aumento de hiyabs y barbudos
Las autoridades políticas y religiosas de la región están preocupadas por la presencia de elementos visibles ajenos a su cultura. El plan busca dotar a los jóvenes de una “coraza espiritual”.
Tatarstán es una república situada en el centro de Rusia con cerca de cuatro millones de habitantes. Aproximadamente la mitad de la población es musulmana, lo que la convierte en una de las regiones islámicas más importantes del país. Tatarstán combina una fuerte identidad musulmana con un marco político integrado en la Federación Rusa. Es una región considerada uno de los principales centros del islam tradicional y moderado en Rusia.
Las autoridades locales alertan del riesgo creciente de radicalización entre los jóvenes musulmanes, especialmente a través de internet y de canales religiosos no oficiales. Según los responsables de seguridad y los líderes religiosos, algunas corrientes extranjeras intentan influir en la juventud difundiendo una visión del islam ajena en la tradición local.
Aunque el plan evita nombrar explícitamente al salafismo u otras corrientes radicales, fuentes locales y expertos apuntan a que éste es el principal motivo de alarma. En el pasado, grupos yihadistas han intentado ganar influencia en varias regiones de Rusia, incluido Tatarstán, aprovechando vacíos sociales, crisis de identidad y la falta de vínculos entre los jóvenes y su comunidad.
Hiyabs, niqabs y barbas son sospechotos
En palabras de un experto citado por el portal Forum18.org, “les mujeres tátaras que llevan hiyab o banyan (una cobertura larga) y los hombres con barba larga suscitan la sospecha de las autoridades”"Esta frase resume bien una tensión constante en Tatarstán: la que existe entre la libertad religiosa, la identidad local y el control del radicalismo.".
Llevar hiyab o dejarse barba no es un problema en sí mismo, pero cuando estas prácticas se vinculan a discursos de separación o rechazo de la convivencia, despiertan alarma. Las autoridades, los imanes e incluso muchas familias locales defienden una fe discreta y equilibrada, fiel a la tradición tátara, donde la religión se vive como parte de la cultura y no como elemento de confrontación.
Aunque no existe ninguna prohibición formal sobre la forma de vestir o sobre los signos de religiosidad, llas autoridades observan con inquietud aquellos estilos o costumbres que consideran importados de otros entornos islámicos, como Arabia Saudita o Cáucaso. El islam tradicional de Tatarstán, vinculado a la escuela hanafín y caracterizado por su moderación, no incluye niqab ni promueve una estética religiosa marcada. Por eso, cuando estos símbolos se vuelven más visibles, a menudo se interpreta como un signo de influencia salafista o wahhabita, corrientes que el gobierno ruso considera potencialmente desestabilizadores.
El plan para construir una "inmunidad espiritual"“
Ante este contexto, el gobierno de Tatarstán ha puesto en marcha un plan integral de "seguridad espiritual"“ con el objetivo de reforzar la identidad religiosa tradicional y prevenir la penetración de corrientes radicales entre los jóvenes. El proyecto, elaborado en colaboración con el Consejo Espiritual de los Musulmanes de Tatarstán y con el apoyo de la Comisión Antiterrorista regional, apuesta por una estrategia que combina educación, religión y cohesión social.
La idea central es crear lo que las autoridades llaman una “inmunidad espiritual”, es decir, una fortaleza interior que permita a los jóvenes resistir la influencia de ideologías extremistas. Para ello, se impulsarán programas educativos que difundan los valores del islam tradicional hanafín y la historia del islam en Tatarstán, actividades de ocio y voluntariado orientadas a la convivencia, y un trabajo activo en las redes sociales para contrarrestar la propaganda yihadista. Los impulsores del plan insisten en que no se trata de controlar la religión, sino de devolverla a su papel social y cultural como fuente de valores positivos y de integración.
Los imanes locales y los expertos en seguridad coinciden en que la mejor forma de evitar la radicalización no es la represión, sino ofrecer a los jóvenes alternativas de pertenencia y sentido. En lugar de castigar o estigmatizar, el plan quiere formar y acompañar, conectando la fe con la vida cotidiana y un patriotismo cívico compatible con la identidad musulmana. Este modelo, según los promotores, puede convertirse en un referente para otras regiones rusas con población musulmana, ya que busca frenar el extremismo sin romper el vínculo entre religión y sociedad.
Tatarstán quiere ser un referente en la lucha contra la radicalización islámica
Con este nuevo enfoque, Tatarstán aspira a convertirse en un referente de prevención contra la radicalización religiosa dentro de la Federación Rusa y más allá. El gobierno regional quiere demostrar que es posible proteger a la juventud sin recurrir a medidas represivas, sino a través de la educación, la identidad y la participación comunitaria. El proyecto se inscribe en una estrategia regional vigente hasta 2030, que busca consolidar una sociedad cohesionada, fiel a su tradición islámica moderada ya la vez plenamente integrada en el Estado ruso.
La iniciativa llega en un momento en el que en todo el mundo aumentan las preocupaciones por la influencia del extremismo religioso en los sectores más jóvenes y vulnerables. En este contexto, Tatarstán reivindica su modelo propio de islam abierto y dialogante, heredero de una larga historia de convivencia entre culturas y confesiones. Más que imponer, el plan quiere convencer y educar, reforzando la fe como espacio de valores y no como instrumento de confrontación. La república confía en que esa “inmunidad espiritual” se convierta en su mejor escudo ante la amenaza del yihadismo y en un ejemplo para otras regiones del mundo musulmán.
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