La izquierda francesa afirma que el velo es "signo de integración" y que el laicismo "no se aplica a la piscina"“
Los discursos de LFI y de los Verdes revelan una izquierda sometida a los valores del islam, atrapada entre laicidad, cálculo electoral y la aparición de candidaturas "comunitarias".
La política francesa ha vivido una semana marcada por dos declaraciones que han reavivado el viejo debate sobre laicidad, símbolos religiosos e identidades políticas. En pocos días, una candidata de La France Insoumise (LFI) presentó el velo islámico como un “signo de integración en la sociedad francesa”, y la líder de los Verdes, Marine Tondelier, aseguró ante una comisión parlamentaria que “el laicismo no se aplica en las piscinas” refiriéndose al burkini.
Ambas afirmaciones, provenientes de sectores distintos a la izquierda, han sido interpretadas como un nuevo síntoma de la desorientación del bloque progresista ante el islamismo político y el comunitarismo creciente en algunos territorios.
“"Llevar el velo es un signo de integración": la polémica que desmonta el relato oficial de LFI
La controversia sobre el velo islámico estalló cuando Sasha Bernert, candidata de La France Insoumise en las municipales de Saint-Jacques-de-la-Lande, afirmó a una radio que llevar el velo "es un signo de integración" porque, a su juicio, muestra a mujeres musulmanas que "salen, trabajan y participan en la sociedad"“.
Estas palabras corrieron rápidamente por las redes y los medios porque contradicen directamente lo que Jean-Luc Mélenchon acababa de defender ante la comisión parlamentaria sobre los vínculos entre partidos e islamismo. Ante los diputados, el líder de LFI aseguró que su movimiento "nunca aceptará una infiltración religiosa" y que la cuestión de la laicidad es "fundamental"“. Insistió en que el partido no mantiene ninguna relación con redes islamistas, y que la comisión ya habría "exonerado" a LFI de estas acusaciones.
También reclamó discernimiento en el uso del velo y rechazó que el Estado regule la ropa de la gente adulta, afirmando que "en Francia el Estado es laico, no la calle". Pero nunca presentó el velo como un instrumento de integración, una idea que no figura en el discurso oficial del partido. El contraste entre Mélenchon y Bernert ha alimentado la percepción de que LFI envía mensajes contradictorios según el foro y el público.
La líder de Els Verds dice que "El laicismo no se aplica en las piscinas"“
El 2 de diciembre, Marine Tondelier, líder del partido ecologista EELV, compareció ante la comisión parlamentaria que investiga los vínculos entre islamismo y partidos políticos. Interrogada sobre el burkini, afirmó que “el laicismo no se aplica en las piscinas”, admitiendo que esta pieza es religiosa pero considerando que sólo había que tener en cuenta criterios de higiene.
Las palabras de Tondelier llegan en un momento en el que su partido afronta una crisis interna profundamente vinculada al papel del islam en sus bastiones electorales: Sólo unos días antes de la intervención de Tondelier, la concejala ecologista Sabrine Decanton anunciaba que retiraba su candidatura a la alcaldía de Saint-Ouen. La razón: compañeros de su propio partido le habían dicho que su homosexualidad sería "un problema en los barrios populares", barrios donde el voto musulmán es mayoritario ya menudo influido por normas religiosas conservadoras.
El mensaje de Decanton fue claro: su identidad como mujer lesbiana amenaza los resultados electorales en zonas donde predominan valores musulmanes, justo los contrarios que EELV defiende oficialmente.
Amabilidad con el islam mientras emerge competencia islámica organizada
La izquierda francesa intenta navegar por un terreno político cada vez más complejo: quiere mantener un discurso progresista universalista. Al mismo tiempo, evita cualquier fricción con un sector del electorado musulmán que considera esencial en muchos barrios. La izquierda prefiere ser amable, moderar su lenguaje y adaptarse a sensibilidades religiosas para no perder voto, incluso cuando esta amabilidad entra en colisión con sus propios principios feministas, laicos o LGTBI.
Pero esta estrategia llega justo cuando aparece una nueva generación de candidatos musulmanes, formados y mucho más organizados, que ya no buscan influir desde fuera, sino competir electoralmente. En Estrasburgo, perfiles como Cem Yoldas y Fahad Raja Muhammad movilizan el voto identitario en turco y árabe, proponen horarios segregados por sexos en las piscinas e introducen reivindicaciones de raíz religiosa en la política municipal. Esta nueva élite comunitaria sabe hablar el lenguaje de la República y, al mismo tiempo, el de la identidad cultural y religiosa. Y ahí está la paradoja: mientras la izquierda tradicional se contorsiona para agradar, otros entran en el campo político sin complejos y con una agenda islámica explícita. El riesgo para LFI y EELV es evidente: al querer cautivar a este electorado, pueden acabar cediendo espacio, credibilidad e incluso liderazgo a actores que no comparten, ni de lejos, su visión de la laicidad ni del proyecto republicano.
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